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«Los nadie», més orfes que mai

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Eduardo Galeano (Montevideo, 1940-2015))Imatge de domini públic

L’escriptor uruguaià Eduardo Galeano va morir ahir a Montevideo, amb 74 anys.

Aquests dies llegirem obituaris de tota mena, però des d’aquí volem recordar-lo com el cronista de la història menuda que va ser. Les seves recreacions literàries de petits episodis passats, sovint protagonitzats per aquells nadie que la història en majúscules ignora són, segurament, la característica fonamental de la seva obra.

Els darrers anys hem publicat al bloc tres textos de l’obra Espejos, dedicats a grans dones matemàtiques —Hipàtia, Ada Lovelace i Sophie Germain— ignorades i menyspreades en el seu moment i, encara avui, poc reconegudes. Els reproduïm a continuació:

Hipatia

Hipàtia d'AlexandriaVa con cualquiera— decían, queriendo ensuciar su libertad.
No parece mujer— decían, queriendo elogiar su inteligencia.
Pero numerosos profesores, magistrados, filósofos y políticos acudían desde lejos a la Escuela de Alejandría, para escuchar su palabra.
Hipatia estudiaba los enigmas que habían desafiado a Euclides y a Arquímedes, y hablaba contra la fe ciega, indigna del amor divino y del amor humano. Ella enseñaba a dudar y a preguntar. Y aconsejaba:
Defiende tu derecho a pensar. Pensar equivocándote es mejor que no pensar.
¿Qué hacía esa mujer hereje dictando cátedra en una ciudad de muchos cristianos?
La llamaban bruja y hechicera, la amenazaban de muerte.
Y un mediodía de marzo del año 415, el gentío se le echó encima. Y fue arrancada de su carruaje y desnudada y arrastrada por las calles y golpeada y acuchillada. Y en la plaza pública la hoguera se llevó lo que quedaba de ella.
Se investigará— dijo el prefecto de Alejandría.

Las edades de Ada

Ada Lovelace (1815-1852)A los dieciocho años se fuga en brazos de su preceptor.
A los veinte se casa, o la casan, a pesar de su notoria incompetencia para los asuntos domésticos.
A los veintiuno se pone a estudiar, por su cuenta, lógica matemática. No son esas las labores más adecuadas para una dama, pero la família le acepta el capricho, porque quizás así pueda entrar en razón y salvarse de la locura a la que está destinada por herencia paterna.
A los veinticinco inventa un sistema infalible, basado en la teoría de las probabilidades, para ganar dinero en las carreras de caballos. Apuesta las joyas de la familia. Pierde todo.
A los veintisiete publica un trabajo revolucionario. No firma con su nombre. ¿Una obra científica firmada por una mujer? Esa obra la convierte en la primera programadora de la historia: propone un nuevo sistema para dictar tareas a una máquina que ahorra las peores rutinas a los obreros textiles.
A los treinta y cinco cae enferma. Los médicos diagnostican histeria. Es cáncer.
En 1852, a los treinta y seis años, muere. A esa misma edad había muerto su padre, lord Byron, poeta, a quien nunca vio.
Un siglo y medio después se llama Ada, en su homenaje, uno de los lenguajes de programación de computadoras.

Sophie GermainMudanza de nombre

Aprendió a leer leyendo números.  Jugar con números era lo que más la divertía y en las noches soñaba con Arquímedes.
El padre prohibía:
—No son cosas de mujeres— decía. 
Cuando  la  revolución  francesa  fundó  la  Escuela  Politécnica, Sophie Germain tenía dieciocho años. Quiso entrar. Le cerraron la puerta en las narices:
—No son cosas de mujeres— dijeron.
Por su cuenta solita, estudió, investigó, inventó.
Enviaba  sus  trabajos por correo, al profesor Lagrange.  Sophie firmaba Monsieur Antoine-August Le Blanc, y así evitaba que el eximio maestro contestara:
—No son cosas de mujeres.
Llevaban diez años carteándose, de matemático a matemático, cuando el profesor supo que él era ella.
A partir de entonces, Sophie fue la única mujer aceptada en el masculino Olimpo de la ciencia europea: en las matemáticas, profundizando teoremas, y después en la física, donde revolucionó el estudio de las superficies elásticas.
Un siglo después, sus aportes contribuyeron a hacer posible, entre otras cosas, la torre Eiffel.
La torre lleva grabados los nombres de varios científicos.
Sophie no está.
En su certificado de defunción, de 1831, figuró como rentista, no como  científica:
—No son cosas de mujeres —dijo el funcionario.

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